21 de marzo de 2011

sing


Tenía algunas amigas que venían todas las tardes a mi casa a fumar y beber. No me querían por el dinero. Me enseñaban en sus móviles todas esas fotos de sus plantas de maría y yo sonreía borracho atrapado en el sillón azul que me regaló mi madre. No las encontraba inteligentes. Ni las despreciaba. Iban a llenarme el vaso de hielo sonriendo, moviendo su culo y pasábamos los días borrachos. Me encontraba sólo. Con todas esas botellas y esa mierda que se acumulaba por todo el salón. Las niñas a veces cantaban. Creían que cantaban. Parecían mendigas cuando entonaban canciones de sus artistas preferidos. Y monótonos. Cuando empezaban a cantar siempre aprovechaba para ir a vomitar al lavabo o me acostaba en la cama deseando dejar de oírlas. Se aficionaron a los pendientes. Y venían a enseñarme sus modelos de pinchos en las cejas y en las lenguas. Parecían disfrutar perforándose, seguro que disfrutaban. A una se le jodió la ceja, se le quedó el ojo a medio cerrar, como si alguien se le hubiera corrido encima. Empezó a darme asco. Podrían haber pasado años mientras ellas venían a mi casa a beber y fumar. No me hubiera dado cuenta. Yo apenas las recuerdo ya, algún otro tendrá ahora el salón lleno de hippies cantando.

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